Arpas
Eternas (9 vols) es un Libro Revelado. Para la Humanidad
probablemente sea el más importante del Siglo XX, o de un espacio de
tiempo aun mayor, si a Libros Revelados nos referimos. Fue
recibido por Josefa Rosalía Luque Álvarez que en conexión con los
Archivos Akhásicos canalizó información de las entidades Sisedón de
Trohade (Kobda de unos 9000 años antes del nacimiento de
Jesús) e Hilarión de Monte Nebo (Esenio de unos 1500 años antes de
Jesús), y fueron editados unos 20 años antes de lo publicado sobre
los Manuscritos de Qumram. (del Mar Muerto)
El
contenido de Arpas Eternas y lo esencial de lo publicado de los
Manuscritos de Qumran es coincidente, pero Arpas Eternas es mucho
más rico en detalles y datos.
Recordemos
que en el año 325 d.J se celebra el Concilio de Nicea y en el mismo
deciden e imponen los escritos que van a ser divulgados a
través de lo que llamaron evangelios. Son exclusivamente los de
Marcos, Mateo, Lucas y Juan con epístolas de Pablo. Los escritos de
los otros discípulos y discípulas de Jesús de Nazareth (fueron 24:
12 mujeres y 12 hombres, por lo tanto 20 más) los censuraron en
Nicea y fueron ocultados para los evangelios y para tiempos
posteriores.
También
podemos encontrar información similar (pero están incompletos) en
los llamados Evangelios
Apócrifos.
Como
es del Maestro Jesús la frase LA VERDAD OS HARÁ LIBRES
y vivimos momentos de TOMAR CONSCIENCIA, es mi intención ir
copiando y difundiendo trozos de esta gran obra.
JHASUA
A LOS 15 AÑOS.
En una
de las temporadas que Jesús pasa con sus padres, (entre estancias en
los 9 Monasterios Esenios) aparece la rebeldía juvenil del SER que
estaba madurando y que ayuda al débil injustamente maltratado,
acusado y juzgado.
Lo que
sigue es una extraordinaria y bella historia de amor y fraternidad
hacia los hombres que nos legó el MAESTRO siendo
niño.
... Los
padres de Jhasua, que ya era un hermoso adolescente de 15 años de
edad, llegaron a sentir alarma de ver a su hijo mezclado en los
asuntos íntimos de chicuelas de la comarca, de viejecillos
andrajosos, y hasta de algunos dementes que habían huido a las
cavernas de las montañas.
Hasta
que un día le fueron a Joseph con la denuncia que su
hijo Jhasua había ocultado a un hombre acusado de robo y de
agresión al molino de uno de los pueblos
vecinos.
Jhasua
apareció ante el tribunal de familia con una serenidad
admirable.
Por su
madre tenía conocimiento de las acusaciones que iban a hacerle y
acudía preparado para contestar.
El
consejo era en el comedor de la casa, y así Myriam aunque rehusó
tomar parte, podía escuchar cuando se dijera.
-Hijo
mío- le dijo Joseph-, tus hermanos mayores aquí presentes, han oído
con dolor algunas acusaciones contra ti, y yo deseo saber si es
verdad cuanto se dice.
-Yo os
lo diré padre ? contestó el niño.
-Dicen
que tú has hecho entrar en casas honradas, chicuelas insolentes que
sus amos echaron a la calle por sus malas costumbres. ¿Es cierto
esto?
-Sí
padre; es cierto.
-Y ¿qué
tienes tú que mezclarte en cosas que no te
incumben?
-Casi
estás en pañales-añadió Eleazar el mayor de todos los hijos de
Joseph- y ya te crees capaz de mezclarte en asuntos
ajenos.
-Si me
dejáis hablar, os explicaré- dijo sin alteración alguna el
niño.
-Habla
Jhasua, que es lo que esperamos- le dijo su padre casi convencido de
que su hijo tendría grandes razones que
enumerar.
-Las
Tablas de la Ley fueron dadas por Dios a Moisés para hacer más
buenos a los hombres y son un mandato tan grave, que faltar a él es
un gran pecado contra Dios. En la Tabla de
la Ley está escrito: Ama a tu prójimo como a ti
mismo.
-Los
prójimos míos son esas chicuelas maltratadas por sus amos y echadas
a la calle como perros sarnosos, después que las hicieron pasto de
sus vicios y groserías.
-Eleazar,
si tu pobreza te obligase a mandar tus niñas a servir en casas ricas
¿te gustaría verlas rodar por las calles, arrojadas por los amos que
no pudieron sacar de ellas lo que deseaban?
-No,
seguramente que no, -contestó el interrogado.
-Y
¿crees tú que éstas que llamáis chicuelas insolentes son distintas
de tus hijas y de todas las niñas que por su posición no se vieron
nunca en tales casos?
-Esta
bien Jhasua- dijo Joseph- pero no veo la necesidad de que seas
tú el que haya de poner remedio a situaciones que
están fuera del alcance de un niño como tú.
-Tengo
quince años cumplidos padre, y además, yo me he limitado a referir
casos que llegaron a mi conocimiento al Hazzan, a los Terapeutas, o
algunas personas de posición y de conciencia despierta, para que
tomaran a su cuidado el remediar tantos males.
-Pero
es el caso -dijo Matías- el segundo de los hijos
de Joseph, que te acusan a ti de entrometerte en lo que no te
incumbe.
-Sí,
sí, ya lo sé ?contestó el niño- porque los amos quieren saborear el
placer de la venganza: las chicuelas que arrojaron, mendigando un
trozo de pan duro y durmiendo en los umbrales. ¡Qué hermoso! ¿eh?. Y
nosotros impasibles, con la Ley debajo del brazo y sin mover una
paja del suelo por un hermano desamparado. Para
esto más nos valdría ser paganos, que no teniendo más ley que su
voluntad y su capricho, son sinceros consigo mismos y con los demás,
pues que obran conforme a lo que son.
-Dicen
que últimamente has ocultado a un ladrón denunciado a la justicia
porque robó un saco de harina en el molino de Naima.
¿Es cierto eso?
-Sí
padre. Es un hombre que está con la mujer enferma
y cinco niños pequeños que piden pan. Porque su
mujer es tísica, no le quieren dar trabajo en el molino de donde fue
despedido. Al marcharse tomó un saco de harina
para llevar pan a sus hijos que no comían desde el día
anterior. Si ese hombre no volvía a su casa, los
niños llorarían de hambre, y la madre enferma sufriría horrible
desesperación. Además, el saco de harina, fue
pagado por la abuela Ruth. ¿Es justo perseguir a
ese hombre?. Sí, sí. Yo lo
tengo oculto y no diré donde, aunque me manden azotar- añadió el
niño con una energía que asombró a todos.
-Basta
Joseph...basta- clamó con un hondo sollozo Myriam, la pobre madre
que vertía lágrimas amargas viendo a su Jhasua de sólo 15 años
sometido a un consejo de familia, a causa de sus obras de
misericordia que muy pocos interpretaban en el elevado sentido con
que él las realizaba.
-¿Hasta
cuando le vais a atormentar con un interrogatorio indigno de
servidores de Dios que nos manda ser piadosos con el
prójimo?.
-Bien
Myriam, bien; no tomes así las cosas, que sólo queremos aleccionar
al niño para que no provoque la cólera de ciertas gentes que no
soportan a nadie mezclarse en sus asuntos- dijo
Joseph.
Los
hermanos mayores para quien era aquella mujer algo tan sagrado como
su propia madre, guardaron silencio, y sin agresividad ni enojo, con
un sencillo: Hasta mañana, que Joseph y Myriam contestaron, se
marcharon a sus casas.
Myriam
se abrazó llorando con aquel hijo a quién amaba por encima de todas
las cosas de la tierra, mientras Joseph profundamente conmovido no
acertaba a pronunciar palabra.
-Madre...
-decíale el niño- no llores más por favor, que prometo no dar motivo
para que suceda esto en casa.
-Padre,
entiendo que la Ley nos obliga a todos por igual, y sólo aparentan
no entenderla los que explotan la sangre y la vida de sus semejantes
en provecho propio. Decidme padre: para arrancar
un corderillo de las garras de un lobo ¿esperan que el lobo esté
contento de que le quitéis su bocado? Si debemos esperar que los
lobos humanos estén contentos de soltarnos su presa, el Padre Eterno
se equivocó al mandarnos amar a nuestro prójimo como a nosotros
mismos. Debió decir entonces: Fuertes devorad a
los débiles e indefensos. Y vosotros pequeñuelos,
dejaos devorar tranquilamente por los más fuertes que
vosotros.
Y
Jhasua un tanto excitado y nervioso, se sentó junto a la mesa con
los codos apoyados sobre ella y hundió su frente entre sus
manos.
-Hijito
-le dijo su padre-. Ya se vislumbra en ti al ungido del Señor, y tus
pobres padres sienten la alarma de los martirios que los malvados
preparan para ti. No veas pues, más que nuestro
amor en todo cuanto ha ocurrido esta tarde.
-Ya lo
sé padre, y estoy buscando el modo de cumplir la Ley de Dios sin
lastimar vuestros corazones.
-¿Lo
conseguirás Jhasua? -preguntó la madre secando sus lágrimas con su
blanco delantal.
-Por
ahora quizá lo conseguiré, madre mía, más adelante no
sé.
Así
terminó aquel día este incidente, el primero de este género, que
pasó como un ala fatídica por la vida de Jhasua, apenas llegado a la
adolescencia. (?)
(?)
Myriam su madre, parecía sentir en su corazón la repercusión del
querer y del sentir de su hijo, y una tarde, cuando vio que él se
disponía a marcharse le dijo acariciándole los
cabellos:
-Quisiera
ir esta tarde contigo a visitar a la abuela Ruth y a la buena
Abigail, a la que he tomado cariño a través de ti que la
quieres.
-Madre...no
quisiera que recibieras otro disgusto por causa mía ? le contestó
con cierta alarma Jhasua.
-Disgusto,
¿por qué? Cierta estoy que nada malo haces. Me
pongo el manto y voy; espérame.
Cuando
volvió a salir, Jhasua vio que llevaba un bolso
bastante grande más un fardo muy bien acondicionado y una cestilla
primorosamente arreglada con lazos de varios
colores.
-Esta
cestilla es para Abi, tu amiguita y se la llevarás
tú.
-Bien
madre, gracias; también te llevaré ese fardo que es demasiado peso
para ti. La madre se lo dio sin decir nada y
salieron.
A poco
andar salió de entre una mata de arbustos un chiquillo harapiento y
endeble cuya sola vista encogía el corazón.
-¡Jhasua!
-le dijo- vine a esperarte aquí porque en el patio de la abuela Ruth
son muchos los que te esperan, y como yo no tengo fuerzas para
abrirme paso, siempre me vuelvo a casa con un solo panecillo y somos
cuatro hermanos.
Con los
ojos llenos de lágrimas, Jhasua miró a su madre que tenía también
los suyos próximos la llanto.
-Ven
con nosotros hijito ? del dijo Myriam al niño tomándolo de la mano-
no podemos abrir los fardos a mitad de camino, pero yo cuidaré que
no vuelvas a casa con sólo un panecillo. ¿Has comido
hoy?
-Yo
cociné el trigo que me dio Abi días pasados, y tenemos todavía para
mañana ? contestó el niño que sólo tendría nueve años de
edad.
-¿Y
porqué no cocina tu madre? ?pregunto Myriam.
El
chicuelo miró a Jhasua como asustado.
-Madre,
ésta es la familia del hombre aquel que había tomado un saco de
harina del molino. La madre está enferma y
Santiaguito que es el mayor cuida de todos. El
padre perseguido como ladrón, no puede volver a su
casa.
Estas
palabras de Jhasua hicieron explotar la ternura en el alma de Myriam
que comenzó a llorar sin tratar de ocultar su
llanto.
-¿Ves
madre? -continuó Jhasua- . Por eso, no era mi
gusto que tú vinieras conmigo a ver de cerca el dolor que yo estoy
bebiendo hace tiempo. Volveos madre, que yo solo
me basto para sufrir por todos.
-No, no
hijo mío, ya me pasó. Yo quiero ir contigo a
donde tú vayas- contestó la madre continuando la marcha, llevando
siempre de la mano al pobre niño que a hurtadillas pellizcaba unos
higos secos y duros que sacaba de su bolsillo.
Todavía
tuvieron otros encuentros parecidos antes de llegar.
Por fin esto hizo reír a Myriam que
decía:
-¡Cómo
brotan los chiquillos de entre los matorrales y las piedras de las
encrucijadas!
Los más
fuertes -decía Jhasua a los niños- llevad de la mano a los más
pequeños y andad delante de nosotros para que mi madre y yo veamos
que sois buenos compañeros y no os peleáis.
Y en el
alma pura de Myriam, se reflejó con maravillosa diafanidad todo el
gozo que su hijo sentía cuando le era posible en la tierra ?amar a
su prójimo como a sí mismo?.
Cuando
por fin llegaron grande fue la sorpresa de Jhasua cuando se encontró
con los tres Ancianos que habían llegado esa mañana desde el monte
Tabor, cuyo Santuario era el más cercano a
Nazareth.
-Te he
cumplido mi promesa Jhasua -le dijo al abrazarle el Servidor-. Te
prometí visitarte, y aquí estamos.
-Pero
tardasteis tanto que todas las luces que encendisteis en mi alma se
apagaron, o acaso convertidas en luciérnagas se me escaparon del
corazón- contestó el niño con un dejo de amarga
tristeza.
-Permitidme
-dijo reaccionando de pronto- que atienda a mis amiguitos
desamparados, y luego estoy con vosotros.
-Mi
hijo padece mucho, lejos de vosotros -dijo Myriam a los Ancianos
cuando el niño se alejó.
-Ya lo
sabemos y por eso estamos aquí.
-¿Qué
pensáis hacer? ?preguntó ella.
-Curarle
las heridas que el egoísmo humano le ha hecho antes de que llegue su
hora -le contestaron los Ancianos.
-Descansad
en nosotros Myriam, que el Altísimo nos enseñará a hacer con vuestro
hijo lo que debemos hacer.
La
pequeña Abi, llena de alegría se acercó a
Myriam.
-Venid
madre Myriam, que yo os guiaré a donde la abuela Ruth y Jhasua os
esperan
Myriam
entregó a la niña la preciosa cestilla que le traía llena de frutas
azucaradas y pastelillos de miel, y a Jhasua le mandó abrir el fardo
que había traído y que contenía gran cantidad de pañuelos,
calcetines, gorros y túnicas de diversas medidas y
colores.
Cuando
hubieron repartido equitativamente todos los regalos, Myriam entregó
a la abuela Ruth en nombre de su hijo, el bolsillo que ella traía
bajo su manto y que contenía la tercera parte del producto de la
dote que ella había llevado al matrimonio, para aliviar las
necesidades de las familias menesterosas que su hijo
socorría.
Jhasua
que estaba allí presente, abrazó a su madre mientras le decía a
media voz:
-Yo
sabía madre buena que tú comprenderías mis
sentimientos.
-Los
olivares y plantaciones que en Jericó tuvieron mis padres ?continuó
Myriam-, son actualmente administrados por uno de los hermanos de
Joseph mi esposo, y él traerá aquí cada año, la tercera parte de la
cosecha para el mismo fin que os di ese bolsillo.
Abuela Ruth, pongo como única condición que nadie sepa si no
vos, de donde viene el beneficio. ¿Me lo
prometéis?
-Os lo
prometo por la memoria de mis padres muertos -dijo la anciana
enternecida.
Jhasua
no cabía en sí mismo de gozo. Era su primera gran
alegría como futuro apóstol de una doctrina de amor y de fraternidad
entre los hombres, y como un chiquilín de pocos años, abrazaba y
besaba una y otra vez a su madre, mientras decía con la voz
temblorosa de emoción:
-Empiezo
de nuevo a creer que soy mensajero del Dios Amor y que eres tú madre
mía la primera de mis conquistas.
-Soy dichosa con tu dicha hijo mío ?le decía ella dejándose
acariciar por su hermoso adolescente, que parecía
tener dentro de sí mismo toda la dicha de los cielos.